Gráfica mexicana a la vanguardia
La tradición gráfica de México es la más larga —y una de las más ricas— de Latinoamérica. Los grabados o estampas reflejan la inmensa historia y cultura visual del país. Además de promover ciertos relatos, han instigado activamente el cambio y han conformado las visiones en pugna de la política, las identidades y la memoria colectiva de México.
Tras la revolución de 1910-1920, la producción gráfica pasó a estar al servicio de una amplia agenda democrática que pretendía educar al pueblo mexicano a través del arte. El arte y la política se volvieron inseparables. La identidad se convirtió también en una cuestión prioritaria y resurgió el interés por la importancia de la civilización precolombina y las tradiciones mexicanas indígenas, en gran medida silenciadas. Las estampas se adaptaban a la perfección tanto a la ideología como al objetivo perseguido: resultaban económicas, se creaban en series y eran fáciles de distribuir. Gracias a la enorme productividad de los grabadores mexicanos y a la exploración de temas que trascendían lo local, estas obras conectaron con públicos de todo el mundo y siguen inspirando, aún hoy, a numerosos artistas.
Los grabados que integran esta muestra abarcan dos siglos, desde alrededor de 1750 hasta aproximadamente 1950. Casi todos proceden de la colección del Met y fueron adquiridos a través del artista francés Jean Charlot, que pasó en México la mayor parte de la década de 1920. En 1928, Charlot se trasladó a Nueva York, donde entabló amistad con conservadores del Museo que, movidos por el deseo de ampliar la colección de grabados mexicanos, se beneficiaron de los conocimientos y los contactos del artista.
Inicios de la gráfica en México
Las primeras estampas creadas en México a mediados del siglo XVI fueron xilografías y grabados producidos para ilustrar libros y con fines devocionales, una tendencia que persistió hasta mediados del siglo XIX, cuando la litografía pasó a ser la técnica más usada. Los talleres litográficos, establecidos sobre todo en Ciudad de México, publicaban estampas de alta calidad que celebraban la cultura mexicana.
Los grabados, uno de los principales medios de expresión de la identidad cultural, desempeñaron un papel decisivo en la percepción que se tenía de los mexicanos tanto en el país como en el extranjero. Se hacían eco, además, de acontecimientos sociales y políticos cruciales para México: el fin de la dominación española y la independencia en 1821, la intervención norteamericana en 1846 (cuando Estados Unidos adquirió gigantescas extensiones de tierra mexicana), la ocupación francesa bajo el mandato del emperador Maximiliano entre 1864 y 1867, y el nombramiento de Porfirio Díaz como presidente en 1876. Díaz permaneció en el poder siete legislaturas, hasta 1911, año en que fue derrocado en los albores de la Revolución mexicana.
En la segunda mitad del siglo XIX, la caricatura política impresa se convirtió en una herramienta eficaz para defender la libertad de pensamiento. Esto sentó un precedente que fue retomado por José Guadalupe Posada, uno de los artistas más conocidos de México, y sus contemporáneos.
José Guadalupe Posada y sus contemporáneos
José Guadalupe Posada se describe con frecuencia como el fundador de las artes gráficas en México. Sus calaveras animadas, afanadas en diversas actividades y utilizadas a menudo para la sátira y la crítica social, desempeñaron un papel importante en el establecimiento de la identidad global del arte mexicano. Aunque esta iconografía se suele asociar con Posada, fue uno de sus contemporáneos de más edad, Manuel Manilla, quien años antes incorporó las calaveras a las estampas populares publicadas por Antonio Vanegas Arroyo en Ciudad de México.
La trayectoria de Posada coincidió con un periodo de enorme cambio político y social en México. El gobierno autoritario de Porfirio Díaz de 1876 a 1911, la censura de la prensa, los nuevos intereses económicos extranjeros y los inicios de la revolución en 1910 proporcionaron al artista un abundante material de partida. Se estima que Posada creó más de quince mil grabados que ilustraban hojas volantes, artículos sobre delitos y catástrofes naturales, y corridos sobre héroes populares, bandidos y sucesos de actualidad. Su propósito no era tanto describir con precisión las noticias como contar historias. En 1930, el artista Diego Rivera observó, en referencia a Posada, que «analizando su obra puede conocerse la vida social de México».
La Revolución mexicana (1910-1920)
La Revolución mexicana es el acontecimiento fundacional del México moderno. La larga y sangrienta contienda, que comenzó el 20 de noviembre de 1910 como una rebelión contra el autoritarismo del presidente Porfirio Díaz, se prolongó diez años marcados por relatos opuestos y circunstancias cambiantes. Se calcula que las víctimas mortales superaron con creces el millón, y los logros de la revolución siguen siendo objeto de un intenso debate. Pese a la ausencia de una ideología clara o un consenso, uno de los temas dominantes fue la reforma agraria, que exigía la redistribución de las tierras arrebatadas a los campesinos durante el mandato de Porfirio Díaz. La Constitución de 1917 es un legado importante. Sus reformas fueron profundas: se otorgó al Estado el poder de expropiar los recursos que se considerasen vitales para la nación, se estableció una legislación laboral progresista, se impuso la educación laica gratuita para todos los niños y se garantizó el derecho de los pueblos indígenas a la autodeterminación.
Durante la etapa inmediatamente posterior, en el marco de los esfuerzos destinados a reconstruir política y económicamente la nación, «la revolución» se invocaba a menudo para instigar o promover el cambio. Diversas iniciativas artísticas, en especial los programas de murales, contribuyeron a visualizar un sentimiento nacional entre las clases urbanas pudientes. Los grabados desempeñaron un papel esencial en la difusión de los relatos de democracia y reforma social. Aún hoy, las ideas y los símbolos de la revolución siguen legitimando a distintas facciones políticas y sirviendo como referentes para el activismo en México.
Regímenes de reconstrucción
(décadas de 1920 y 1930)
A partir de 1920, en la década que siguió al fin de la fase armada de la revolución, se inició en México un proceso de reconstrucción en el que el Gobierno puso en marcha una estrategia modernizadora. Este periodo, descrito en ocasiones como una «segunda revolución», se caracterizó por el capitalismo de libre mercado, la redistribución de las tierras entre los campesinos y una transformación cultural radical que fomentaba el laicismo y los valores esenciales de la conciencia nacional.
El arte público fue fundamental para esta revolución cultural auspiciada por el Estado. La pintura mural ha acaparado siempre el foco —principalmente, por su ambición y por la fama de los artistas implicados, como Diego Rivera—, pero hubo un resurgimiento igualmente excepcional de las artes gráficas. Las estampas encarnan la profundidad política, social y artística de México. La xilografía, en particular, representaba nuevas ideologías en materia de democracia, educación y vanguardia.
A pesar del optimismo que permeaba la retórica posrevolucionaria, los intentos de reconstrucción nacional chocaron con la realidad de las sucesivas crisis económicas de finales de la década de 1920. Las campañas de educación y salud pública se vieron especialmente afectadas. El Partido Nacional Revolucionario, fundado en 1929, fue el motor de la agenda social y, con distintas configuraciones, conservó la presidencia hasta el año 2000.
El Taller de Gráfica Popular
En 1937, varios artistas vinculados a un grupo conocido como la Liga de Escritores y Artistas Revolucionarios crearon un colectivo de artes gráficas que, un año más tarde, se transformó en el Taller de Gráfica Popular (TGP). El TGP es célebre por haber sido el colectivo de artistas más longevo del siglo XX. Por su activismo y por el número de artistas implicados en él, es, además, uno de los grupos más fascinantes de la historia del arte gráfico. Uno de sus fundadores concienciados políticamente fue Leopoldo Méndez, que lo lideró hasta 1959. Según sus estatutos, el Taller «se funda con el fin de estimular
la producción gráfica en beneficio de los intereses del pueblo de México, y para ese objeto se propone reunir al mayor número de artistas alrededor de un trabajo de superación constante, principalmente a través del método de producción colectiva».
Con el tiempo, el TGP llegó a ser una organización enormemente productiva que atraía a artistas de otros países (sobre todo de Estados Unidos) y ejercía influencia a nivel internacional. Inspirándose en la tradición de las hojas volantes ilustradas de José Guadalupe Posada y en el audaz diseño gráfico del periódico El Machete —que se pueden ver en otros puntos de esta muestra—, el TGP produjo miles de carteles y octavillas a favor del sindicalismo, los derechos agrarios, la reforma política, la educación laica y la lucha contra el fascismo internacional.
Década de 1940 y siguientes
Durante las décadas de 1940 y 1950, los grabadores de México siguieron trabajando en un entorno que cambiaba con rapidez. Las inquietudes de los artistas vinculados al Taller de Gráfica Popular —el empoderamiento de los trabajadores y los campesinos, la unidad nacional, la reforma social y política— empezaron a dar cabida poco a poco al consumo de la clase media. Aunque las denuncias de injusticias sociales siguieron protagonizando el repertorio del TGP, en especial hasta la conclusión de la Segunda Guerra Mundial a finales de 1945, su producción se diversificó.
En aras de la estabilidad financiera, el TGP fundó en 1942 una editorial de arte, La Estampa Mexicana, con la ayuda de su director comercial, el arquitecto suizo y exdirector de la Bauhaus Hannes Meyer. Producían elegantes porfolios de estampas sobre tradiciones y trajes típicos mexicanos destinados a un mercado extranjero. Más allá del TGP, los artistas mexicanos crearon extraordinarios grabados para revistas y libros durante este periodo.
A día de hoy, la práctica de las artes gráficas está aún muy extendida en México. Inspirándose en las tradiciones anteriores y con referencias frecuentes a héroes, símbolos y temas revolucionarios, las nuevas comunidades de artistas siguen creando extraordinarios carteles y octavillas para su exhibición pública.